jueves, 6 de septiembre de 2012

Bocanadas de ausencia...




Descansaba en una mecedora de mimbre con los pies apoyados en la baranda que cercaba el pórtico de la Finca, se vislumbraba un cielo grisáceo, pronto lloveria.

Le gustaba sentarse a recordar aquellas tardes infantiles que paso con el abuelo, cuando niño, su mayor alegría era acompañarlo a inspeccionar los cafetales, es increíble que un lugar tan solitario sea un hervidero de vida.

El aroma del café le traía recuerdos tan gratos; Jacinta echando tortilla, el gran comal, la cocina de los mozos, las frutas recién cortadas, las excursiones al arroyo con los demás niño que le llamaban patrón, la abuela preparando café con canela -No hay nada que el café con canela no cure le decía- La vida cuando se es pequeño resulta deslumbrante, tan sencilla, tal parece que uno viniera al mundo para ser feliz, pero felicidad seria la ultima palabra que utilizaría para describir su estado de animo en esos momentos, hoy no estaba ahí para recordar, sino para olvidar.

Como pesa una voz... Como pesa tu voz -Se dijo a si mismo para que el silencio no se lo tragara- Encendió un tabaco, sirvió mas vino y clavo la vista en el libro que estaba a un costado "La casa de los espíritus, de Isabel Allende" pero hoy no le apetecía leer. - Ya tengo suficiente con mis fantasmas como para leer los sufrimientos de otros, pensó-

La lluvia que siempre llega sin demoras empezó a bañar los cafetales, hay algo místico con las lluvias del campo, son salvajes e incontenibles, lo inundan todo con su olor. Una orquesta de sonidos retumba, los árboles y arbustos se mecen violentos, los truenos llenan sus silencios desde el firmamento.

La melancolía arremete nuevamente y con fuerzas renovadas, le parece tan lejana la memorias de tardes como esa, cuando Quetzalí interrumpía su lectura con un bien intencionado contonear de caderas -Pasaba, como flotando frente a el, tan liviana como una hoja, tan felina como un jaguar-

Siempre supo que todo terminaría, lo sabia por las formas que tenia al tratar con otros hombres.

Nunca me respetas!! Crees que soy pendejo para no darme cuenta?? -Le grito embriagado de furia, infinidad de veces-

Piensas que por que te amo voy a soportar tus coqueteos con cuanto hombre se te atraviesa??

Pero la negra -Como solía llamarla- siempre supo utilizar sus encantos para controlarlo, era maestra en el tango del deseo, sabia bien el arte del amar, eso le dio señales, pero el se rehusó a verlas, prefirió nublar su vista a lo inevitable.

Un día, como de costumbre, muy de mañana Quetzalí salio a recoger fruta fresca y jamás regreso, lo siguiente que supo es que vivía con el Alemán en su gran Finca y que bajaba al mercado del pueblo cada domingo colgada de su brazo.

Pensó en ir por ella, reclamarle su traición, pero todos saben que no hay nada peor que un hombre sin dignidad, se acobardo al pensar lo que se murmuraria de el en el pueblo y en las Fincas vecinas, y sufrió, sufrió en silenció.

Cuando contemplaba los cafetales a momentos parecía que la negra salía de entre las matas, se abría paso con sus muslos largos, su piel morena estaba bañada por la lluvia, su rostro se coronaba con una melena salvaje, como peinada a propósito para encantar, el siempre se aventuraba a buscarla, pero los pies nativos de ella se movían ágiles entre el verdor de las plantas, sus risillas resonaban en sus oídos asqueados de sus mofas, ella se burlaba de sus sentimientos, se burlaba de su amor... corría detrás y jamás la alcanzaba, se escapaba entre los árboles y solo le dedicaba una sonrisa de vez en vez, sus dientes blancos relucían en ese rostro moreno.

Quetzalí... Quetzalí!! -Grito muchas veces- pero ella jamás le respondió.

Frecuentemente era Carmen quien lo despertaba, apenada por tener que hacerlo, es malestar de todos la salud del patrón -se disculpaba-

Desde que la india lo había abandonado el estaba furioso, no quería hablar con nadie y se negaba a las visitas.

Como todas las tardes espero a que la luz se agotará, dejo la botella seca, se negó a cenar, camino a su habitación y se tumbo en la cama, boca abajo, tenia que descansar, mañana le esperaba un día muy ocupado, era época de tapisca y al fin y al cabo alguien tenia que dirigir la Finca, la Finca del Abuelo.

Siguió tarareando la canción que la negra le cantaba todo el tiempo y pensó

... Como pesa una voz, como pesa su voz...    

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